CARLOS MANZANO
 

Reseñas

 

¿LÁNGUIDOS SUEÑOS O ESTREMECEDORAS PESADILLAS?
por Fernando Aínsa

Martes, 6 de diciembre de 2016


Soy lector de Carlos Manzano desde hace unos años, complicidad con su obra de ficción que se ha consolidado en la medida que avanzábamos por los senderos de una amistad que el tiempo ha cristalizado en una admiración mutua y en una relación en la que su esposa, Rosana Medina, ha desempeñado un papel esencial. Me llega ahora su última recopilación de relatos, LÁNGUIDOS SUEÑOS (La Fragua del Trovador, 2016) que he leído en un par de noches de insomnio, como suelo últimamente leer todos mis libros.

Tras la exitosa presentación en la Biblioteca Aragón el pasado 29 de noviembre, donde el rapsoda Luís Trébol y la editora María Pérez leyeron dos de los relatos del volumen, no podía sino continuar esa misma noche con el resto. Me encontré con un sólido artífice del cuento, poseedor de las mejores técnicas del suspenso y los desenlaces inesperados, al modo del norteamericano O’Henry que hizo del final imprevisto y los giros repentinos de la trama un arte incomparable de la narrativa contemporánea. Como el autor de Rolling Stones, Manzano hace de la vida cotidiana que lo rodea el centro de su aguda observación. Su mirada es descarnada, sin concesiones y recoge situaciones a las que, no sin cierta truculencia en algunos casos (“Sangre entre los dedos”, “Vidas ocultas”), llega, tras reflexiones que tienen algo de ensayo filosófico o lo son directamente (“Otro día más”, “La dignidad del fracaso”), al centro de una denuncia directa del ejercicio del poder para humillar a la narradora de “Entrevista laboral” o a las cáusticas reflexiones de “Cena familiar” o de “El deber cumplido”. Manzano no perdona, no parece en ningún caso sentir compasión y menos piedad por sus víctimas propiciatorias. Las aniquila o las arrincona en la iniquidad de la venganza rumiada durante cincuenta años (“Cincuenta años de espera”) o en la incomprensible conducta de un personaje poseído por el sueño que ha tenido (“Puto egoísta”).

Solo encuentro en “Cartas desde el exilio” —uno de los mejores relatos de LÁNGUIDOS SUEÑOS— el testimonio de un hijo que, al morir su madre por demencia senil, encuentra un fajo de diez cartas escritas por su padre desde el exilio. Con encomiable maestría Carlos Manzano va dando detalles y escamoteando otros de una ausencia forzada por las circunstancias. Desde Francia donde se ha ido a trabajar, como parte de la emigración de los años sesenta, manda lacónicas misivas a su esposa que siembran dudas en el hijo que las descubre años después para revelarle el secreto de su propio origen. Las cartas, cuidadosamente ordenadas por orden cronológico, podrían haber sido destruidas por su madre. Sin embargo, allí han quedado en un cajón para que las encuentre su desconcertado hijo.

Con este libro de sugerente y desconcertante título que bien podría ser “Estremecedoras pesadillas”, Carlos Manzano director de la emblemática revista digital “Narrativas”, se afianza como una de las voces más representativas de la narrativa aragonesa actual. Trayectoria a seguir.

Fernando Aínsa

http://fernandoainsa.com

 

LÁNGUIDOS SUEÑOS

por Antonio Tejedor García

Sábado, 17 de diciembre de 2016


Nos hablan en la contraportada de esta colección de relatos que edita La fragua del trovador de la idea de fracaso como eje transversal de nuestra vida. Y en todos ellos revolotea como una forma de certificar que así es, en realidad. Pero no podemos dejar de pensar en las causas, en la incomunicación como uno de los fallos de este engranaje que llamamos existencia cotidiana y que se extiende por los caminos que más transitamos, los más cercanos. Demasiadas veces desconocemos el alma de los otros y por más que desmenucemos sus vidas, los detalles, los gestos, los actos, nada asegura que la idea sobre ellos es precisa y fiel porque luego te la juegan  (la jugamos) por detrás.

También, el miedo al fracaso. Vivimos en una sociedad que nos inculca ese miedo y a veces nos hace fracasar antes de que llegue, aunque sea sacándolo de un sueño, como en Puto egoísta.  O fracasos que, en realidad, son triunfos. ¿Negarse a matar a un niño es un fracaso, aunque pierdas el “trabajo”?

Más de uno de estos relatos me recuerdan a Chejov: nos presentan historias cotidianas, contadas en detalle, casi desmenuzadas; personajes que vemos cada día por la calle, personajes que somos cualquiera de nosotros. Historias despojadas de todo heroísmo, sin asomo de épica; historias sin embargo tras las que hay que hurgar para hallar la esencia. Historias que sugieren más que cuentan y al final de las cuales dejan huella en la cabeza, obligan a mover las neuronas.

Obviamente, hay unos relatos que gustan más que otros, pero solo voy a citar el último del libro, Egocentrismo, porque me ha transmitido la idea de cuento total. Tiene historia, misterio, emoción y una larga digresión metaliteraria (aunque no es el único), y que recomendaría a cualquier lector, pero sobre todo, a aquel que intente escribir un relato. Un relato que se ajusta a la misma teoría que él explica y que de este modo realza. Si además, lo  lees mientras escuchas alguna música de Bach como recomienda este melómano impenitente, mejor. Entonces, seguramente, una vez leídos, los vuelves a leer. Hazme caso, merecen la pena.

Antonio Tejedor García

http://lagartosquebrada.blogspot.com.es/

 

"Lánguidos sueños" de Carlos Manzano
por José Luis Raya Pérez

Sábado, 24 de diciembre de 2016


Desde que me topé, hace un tiempo, con Las fuentes del Nilo, supe que Carlos Manzano formaría parte de mi nómina de autores fetiche. Hay estilos, formas de narrar y contenidos que seducen a uno per se sin entrar en disquisiciones lingüísticas o literarias. Son escritores que uno sabe perfectamente que escriban lo que escriban te van a cautivar. Aún más me sorprendió, si cabe, Paisajes en la memoria. Es por lo que leo, aunque no todo por falta de tiempo, a autores como Luis Landero, Javier Marías, Juan Manuel de Prada o Muñoz Molina entre otros, ¡ah se me olvidaba!, también caí en las redes de Haruki Murakami y su desasosegante universo. Se obvia a los autores clásicos de siglos pasados, obviamente.

Las redes sociales me han permitido conocer a autores que son geniales, sin que ellos sean conscientes de ello afortunadamente pues deben seguir superándose me refiero a Fernando Martínez López o Rafael García Maldonado por ejemplo, en los que forma y contenido se funden en un sincero y poético abrazo.

Las mastodónticas editoriales nos bombardean con Asensis, Navarros o Zafones y a veces caemos en la trampa y leemos esos libros de los que habla todo el mundo y que tan solo unos pocos se salvan de la quema (como haría Cervantes sic capítulo VI), recuerdo al Catón o a ese que necesitaba saber quién era, y poco más.

A través de Internet, cómo no, descubro Lánguidos sueños de Carlos Manzano y me sumerjo en su universo y sobre todo en esa atmósfera tan lánguida como inquietante que permite reconciliarte nuevamente con la literatura y con la metaliteratura: "El escritor y la memoria", a propósito; envolventes sugerencias de "La dignidad del fracaso"; grandes historias condensadas en unas páginas, "Cartas desde el exilio" o "El deber cumplido"; ironías oníricas en "Puto egoísta"... En fin, una acertada selección de relatos, tan sugerentes como evocadores, que te invitan a la reflexión, al hedonismo del placer de leer y te sumergen en un universo colmado de galaxias, planetas y satélites, y, sobre todo me fascina cómo en algún relato el autor ha sabido esquivar esos agujeros negros que a veces la vida nos depara y que puede tragarnos para siempre, sin embargo, Carlos Manzano nos ha absorbido, que de eso se trata, lánguidamente.

José Luis Raya Pérez

https://rayaperez.blogspot.com.es/

 

Lánguidos sueños, de Carlos Manzano
por Gilmar Simões

Sábado 29 de abril de 2017


Eso de que las cosas vistas de cerca son banales es cosa de escritor. Sólo quienes utilizan su talento para fabular pueden convencernos de que eso es verdad. Yo siempre pensé que era el tiempo puro y duro el que lo hacía. Pero después de leer las 156 páginas de Lánguidos sueños, lo cierro persuadido por la fuerza de que lo que leemos existe; o existió.

El oficio de narrar consiste justamente en eso: en mostrarlos y hacernos creer. Sí, es así que Carlos Manzano traduce la aparente realidad en que vivimos en verdad. Pero sin ostentación. No para que parezca una fábula bien contada y porque lo que no se ve no existe. Mas sí por lo que está en la mente, que también es real. No necesitamos prender la televisión para confirmarlo. Dicho esto, tal vez podríamos deducir que de cerca nadie es normal. Y más si al pasar las páginas, la banalidad va siendo desvendada de un modo lento y seguro. Tanto que hasta nos hace creer que son reales, verdaderas, fabricadas en serie.

Desde el mundo del trabajo en los tiempos modernos, o de la informatización, al no arriesgarse para no comprometer el futuro o el de alguien que quiere, hasta vivir ajeno a las miserias de la vida cuando tienes en mente dudas crecientes cada segundo, cada sueño; o de que la presión económico-social, o la monotonía, o la soberbia puede hacerte equivocar otro día más y no ser el fin del mundo, pero sí el fin de una vida. Podría citar una infinidad de situaciones, que necesitaríamos magnificar la lupa del día a día, para percibir las obsesiones de los personajes que pululan por estos relatos.

En el libro que reseñamos, o intentamos, el arte de revelar los misterios que los humanos guardan en su frágil memoria, Manzano lo hace desmontando pieza por pieza la idea de los que se consideran superiores, corroborando que son sólo creencias (o carencias) mentales para satisfacer el ego.

Desde las consecuencias de la moda para un chico que va a contracorriente con su timidez enfermiza pasando por una madre soltera capaz de actuar sin cualquier consideración de carácter moral o práctico para recuperar a su hija; o de alguien que para recuperar a la persona que ama está dispuesta a ofrecer lo que sea, incluso lo que no tiene; o un familiar distante al que no le gusta compartir sus sentimientos, pues cree que es mezquina y teatral la urbanidad que se le ofrece por convención social, hasta los que piensan que hacer justicia con las manos, enalteciendo la violencia para darle sentido a la incomprensión y la ignorancia, creen que actúan por necesidad de justicia y no al margen de ella.

En fin, mejor no ahondar en detalles, ni esperar cincuenta años para descubrirlos. Para esto están los Lánguidos sueños. Aquí Manzano los saca a flote arrojándolos sobre los peores especímenes con que nos podríamos cruzar a diario en la calle o el pasillo o el salón o en la cama sin que nos parezca que es un puto egoísta, embaucador o que lleva una doble vida. Quizás por esto, muchos de los personajes creen a pies juntillas en lo que hacen, igual que soñar despierto es realidad. Y aunque con ésta sus relaciones sean distintas o no existan apenas. No importa que sea como una torpe apariencia. Tampoco importa que lo que suceda sea lo contrario de lo que creen, es la realidad y punto. Lo que queda claro es que la concatenación de circunstancias que puede llevar una persona a tomar una decisión en la vida es impredecible, está más bien más próxima al azar que a la necesidad, como afirma uno de los personajes.

Aunque encendiéramos una cerilla y los convirtiéramos en cadáveres, ellos quedarían ahí fustigando nuestra conciencia. Hasta en los relatos menos acertados, si es que los hay, Carlos Manzano nos conduce a ambientes desagradables de la convivencia humana de una manera convincente, tanto a nivel social-cultural como físico-temporal, que si una vez más magnificamos nuestra banal lupa podríamos ver desfilar la fauna de fuertes y débiles, los que sufren y los que gozan, los vencedores y derrotados, los que viajan y los que se aíslan, como seres normales, como tú y yo. Al final, en ese mundo de apariencia en que vivimos estar dentro o no del sistema es sólo una cuestión de saber, o poder, interpretar los códigos. La falta de entendimiento de éstos nos induce a cohabitar en mundos paralelos.

Si pensáis que se ha dicho todo, os equivocáis en redondo. Uno de los personajes se da el lujo de coquetear con el quehacer literario, dando instrucciones de cómo escribir un relato, de un modo creativo, personal, donde todos los rasgos de heroicidad quedan eliminados. Y estos rasgos, considero, son los puntos de referencia que atraviesan de forma transversal por los relatos, en su mayoría de corte minimalista, evidenciando sin ornamentación la dignidad del fracaso cotidiano de los personajes representados.

Gilmar Simões

http://letralia.com/

 

Lánguidos sueños, de Carlos Manzano
por José Luis Muñoz

Martes 23 de mayo de 2017


Carlos Manzano (Zaragoza, 1965) es autor de media docena de novelas (Fósforos en manos de unos niños, Vivir para nada, Sombras de lo cotidiano, Lo que fue de nosotros, El silencio resquebrajado y Paisajes de la memoria) y del libro de relatos Estrategias de supervivencia. Su pasión por la literatura le lleva a dirigir la revista Narrativas, una de las más completas publicaciones digitales de este país, en donde se alternan textos de ficción, ensayos literarios y reseñas de libros. Fiel al precepto de que no hay peor fracaso que la indiferencia, sus textos, ya sean breves o largos, no dejan indiferente al lector sino que lo sacuden convenientemente sin que éste se dé cuenta de ello, llevado por la lógica de lo relatado.

Lánguidos sueños, publicada por La fragua del trovador, es un muestrario completo de las habilidades narrativas del escritor aragonés que utiliza todo tipo de voces, incluidas las femeninas, para apuntalar sus narraciones construidas con magistral precisión que llevan al lector a finales sorprendentes sin forzar el hilo narrativo, una de sus características, porque Manzano huye de la trampa y el artificio.

En "Sangre entre los dedos" la centralidad del relato es la crueldad de esa madre ejecutiva que mata al pájaro que tiene su hijo para adiestrar a su vástago, según ella, en la dureza de la existencia humana. Entonces aprieto los dedos con fuerza, con determinación, y su frágil cabecita explota entre mis yemas…

Una anodina "Entrevista laboral" la convierte el autor en una escalada de tensión en la que los malentendidos cobran protagonismo y en donde el final desesperanzador justifica la aridez y agresividad de la protagonista femenina hacia el entrevistador. Tú lo que pedías era una niña, hijo de puta. Qué feliz si me hubiera atrevido a lanzarle esas palabras, arrojárselas a la cara de imbécil que luce con todo el orgullo del mundo. Pero no puedo abandonar tan pronto. No puedo dejar a Inés colgada allí tan lejos, tan sola, sin dinero, sin ayuda, en esas cárceles colombianas.

"Placer sibarita" aborda una parafilia sexual: un tipo que acecha que una mujer deje su silla para a ocupar su lugar y encontrar una especie de éxtasis perverso en ese asiento compartido que todavía guarda el calor humano de su usuaria. Pero no miento lo más mínimo cuando digo que puedo incluso sentir la huella de sus vulvas calientes y bien protegidas sobre el frío cuero de los asientos. Y termina teorizando: Esa es la esencia del sibaritismo: cuanto más personal el placer, cuanto más subjetivo, cuanto más al límite de lo admisible, más exclusivo y por tanto más puro.

El micro El fin del mundo tiene lugar a cada momento, a cada segundo, a cada instante. Cuando uno se muere, el universo entero se extingue con él es un ejemplo de síntesis y lucidez.

En "Salvaguardar las conciencias" Carlos Manzano narra un brutal linchamiento desde el punto de vista del linchado, armando un relato escalofriante post mortem: toman a la víctima por un pederasta asesino y no son conscientes de ello hasta pasados unos días, cuando se produzca una nueva violación. Atroz. Cualquier objeto contundente es bueno para ser arrojado sobre mí. Uno de los niños toma una piedra de gran tamaño y la estrella sobre mi cráneo. Aunque quisiera, aunque en el último instante me concediesen la oportunidad de defenderme, ya no podría hacerlo. Para aquel entonces estoy definitivamente muerto.

En "El escritor y la memoria" Carlos Manzano se centra en la manipulación que el creador (autor) ejerce sobre sus personajes (Dunia, por ejemplo, a la que hace follar con un músico de heavy metal). Alguna vez me masturbé pensando en la Dunia real, para qué voy a negarlo, pero ya se sabe que la masturbación es uno de los ejercicios predilectos de los adolescentes. Y ya que estamos, me digo que estaría bien para el relato hacerla sufrir un poco, o un mucho, ya veremos. Con maestría funde ficción y realidad en dos planos narrativos, la hace suya en la ficción ya que se le escapó en la vida real. No sé dónde estarás ni con quién, ni siquiera si seguirás viva, no sé nada de ti, por eso esta vez no voy a permitir que desaparezcas, esta vez te tengo atrapada entre estas líneas, y ya nada de lo que hagas o digas podrá separarte de mí.

En "La dignidad del fracaso" el aragonés apela al ensayo breve para desmontar el concepto de éxito tan apreciado en nuestra sociedad. En "Cincuenta años de espera" se sirve el autor de un amargo y duro monólogo para vehicular el odio que un hijo ha acumulado contra su padre en ese periodo de tiempo. En "Egocentrismo" reflexiona sobre el hecho literario y enfrenta al creador con su texto, con las dificultades insuperables que conlleva elegir la palabra precisa, el ritmo adecuado, esa perfección a la que nunca se llega.

En "Cita en una noche calma" el protagonista que tiene una cita con una mujer cuestiona el canon de belleza femenina, su propia primera visión de esa mujer a la que finalmente rechaza para descargar su deseo en una sesión de onanismo, prefiriendo el sexo solitario que el compartido. Ella es guapa. No estamos hablando de una belleza descomunal, de modelo de calendario o de actriz de moda, claro que no, pero sin duda alguna es guapa. ¿Su mayor defecto? Las caderas, sin duda. Es demasiado ancha de caderas, lo que le da aspecto de peonza.

Difícil quedarse con uno de los 18 relatos que integran esta antología perfecta, pero por mi deformación literaria quizá me incline por "El deber cumplido" que trata, precisamente de eso, o de lo contrario, de cómo un frustrado guardia jurado no cumple con su papel de sicario que le encomiendan y las consecuencias que esto tiene, una perfecta pieza de género negro en un volumen de relatos en el que ninguno de ellos sobra.

Carlos Manzano tiene una extraordinaria virtud en redondear los finales, adecua la prosa a lo narrado de modo que ninguna expresión chirríe, domina el clímax, retuerce el relato con naturalidad y lleva al lector por vericuetos fascinantes a finales imprevistos. El escritor es un maestro del tiempo narrativo, sabe fundir lo cotidiano con el horror y explora literariamente la oscuridad del ser humano, esa que llevamos todos dentro de nosotros. Dieciocho reflexiones sobre el fracaso, la frustración y la dificultad de relacionarse con el mundo. Impecable y absolutamente recomendable el último libro de este escritor apasionado de la literatura

José Luis Muñoz

http://www.elcotidiano.es/languidos-suenos-de-carlos-manzano

 

LÁNGUIDOS SUEÑOS, de Carlos Manzano
por José María García Sánchez

Domingo, 1 de octubre de 2017


Sin habérmelo propuesto, he encadenado la lectura de varios libros que son recopilaciones de relatos, género que había sido casi un perfecto desconocido para mí. Y hoy quiero hablarles de uno que me ha parecido muy especial: Lánguidos sueños, del escritor aragonés Carlos Manzano.

Es un placer descubrir que hay autores que no se dejan llevar por las modas, ni escriben para satisfacer los deseos puramente mercantilistas que mueven a determinados editores. Y Manzano es uno de ellos. Su escritura podríamos clasificarla de clásica, por su perfección y pulcritud. No hay un adjetivo de más, ni un adverbio de menos. Orden, exactitud matemática y pasión por lo que hace se unen en una obra que merece ser leída por todos, incluso por los devoradores de Best Seller, para ver la diferencia entre lo literariamente bueno y lo comercialmente exitoso.

En Lánguidos sueños encontraremos la obra de un escritor valiente, que exprime las ideas de frustración, fracaso y desilusión para sacar de ellas un buen puñado de relatos que se mueven entre lo perturbador y lo sorprendente, lo cotidiano y lo extraordinario.

No voy a hablarles aquí de los dieciocho relatos que componen este libro, editado por La Fragua del Trovador, pero sí me voy a permitir destacar tres de ellos, pues sin desmerecer ninguno, afirmo que son pequeñas obras maestras:

«El deber cumplido» es una audaz incursión en la literatura negra, protagonizada por un ex guardia de seguridad, convertido en sicario casi sin quererlo y que cumplirá el deber a su manera y de manera sorprendente.

«Cita en una noche calma» lleva al absurdo un encuentro entre dos jóvenes, que pretenden flirtear y terminan la cita de la peor manera posible, y la frustración va creciendo en el lector hasta casi desear que el final no sea feliz.

«Salvaguardar las conciencias» es una historia gore, contada desde el punto de vista de quien es linchado por la turba y nos coloca ante el espanto de las masas desatadas, la complicidad de la masa y el hermetismo de una sociedad que en el fondo se sabe culpable y oculta su asesinato con brutal naturalidad,

Y comentario aparte merece un relato que en realidad es un ensayo: «La dignidad del fracaso», que condensa en unas pocas páginas toda una filosofía sobre el saber perder.

Busquen esta pequeña joya, de menos de doscientas páginas, y si no la encuentran pídansela a su librero de cabecera, pues sabido es que no la tendrán en El Corte Inglés, donde no saben distinguir lo bueno de lo comercial

© José María García Sánchez

www.revistanarrativas.com

 

LÁNGUIDOS SUEÑOS, de Carlos Manzano
por José Vaccaro Ruiz

Domingo, 1 de octubre de 2017


Los 18 relatos que componen este libro de Carlos Manzano, muchos de ellos narrados en primera persona, reflejan, como no podía ser de otra manera, la visión que su autor tiene del mundo y los personajes en un momento temporal crucial de la vida cual es la mediana edad, las distintas formas de plantear el diálogo y las relaciones con el entorno, aquellas que particularmente le interesan y vive con mayor intensidad. En este sentido no son descripciones neutras, sino una distorsión selectiva (toda obra artística lo es), para destacar un sesgo, unas vivencias y unos acentos que singularizan a cada personaje, a la percepción que recibe y a la respuesta que emite.

La soledad, la nostalgia, el lamento por las ocasiones perdidas que en la poesía tiene su expresión más descarnada y ensimismada —Je me souviens des jours anciens, et je pleure: Canción de Otoño, de Paul Verlain—, y el mundo que ha quedado atrás, trasfondo de varios de los relatos, despierta y pulsa en el lector sentimientos y registros propios, más allá de las situaciones concretas puestas negro sobre blanco. Hay una mirada hacia un ayer cargado a la vez de desesperanza y de esperanza: el reconocimiento del fracaso y las diversas soluciones que cada personaje toma a su cargo, el medio para superarlo en una encrucijada de presente, pasado y futuro resumido en una receta: «No es la cantidad de sueños alcanzados lo que marcaría un nivel aceptable de éxito, sino más bien la serenidad con que somos capaces de asumir que no los vamos a (o que no debemos) lograr nunca».

En los relatos encontramos el carácter despiadadamente competitivo de la sociedad actual —«Entrevista laboral»—, la distancia, más bien el abismo que nos separa de nuestros semejantes, cada uno con lo suyo y a lo suyo, atento a las miradas y los detalles, no por nimios carentes de significado —«Cena familiar»—, o la mujer inalcanzable como ideal, «ella» por antonomasia —«El escritor y la memoria»—. Son en unos casos la huella de los juguetes que el paso del tiempo ha roto, y en otros historias con origen y punto de llegada en nosotros mismos.

Algo a destacar es la medida exacta y precisa de su extensión, ajustada al tema, los personajes y el mensaje que contienen. Un valor que raramente se encuentra en el mundo literario.

Pero quisiera detenerme en los dos relatos que mayor impacto han tenido en mí por haberlos vivido como más próximos, tanto por su tema como por el tono, el esquema que los desarrolla y su desenlace.

El primero de ellos es «Cartas desde el exilio». Si una de las virtudes de la ficción literaria es despertar la imaginación más allá de lo estrictamente descrito, abrir nuestra mente a un mundo diferente y más rico que el propio y acotado contenido en la letra impresa, dicho objetivo aquí está logrado de una forma sobresaliente. Lo que el narrador va trenzando abre puertas y ventanas, posibilidades, sugerencias, historias paralelas, a medida que avanza la lectura. Es mucho más lo que el lector intuye (o cree intuir), aquello que supone (o quiere suponer), que lo encerrado en el texto. Sentimientos y preguntas, pero preguntas sin respuesta, son el resultado, el decantado poso de ese epistolario compuesto de diez cartas dilatadas en el tiempo, cada una con su momento. Un relato sobre el cual gravita, al menos para mí, la cuestión: ¿Qué voluntad había en conservar esa cartas, en salvarlas del olvido?, ¿por qué y para qué?... Y sobre todo: ¿para quién?

Con unas pinceladas precisas y profundas Carlos Manzano nos dibuja la sociedad y la miseria de unos años oscuros, los de la postguerra civil, la emigración, la necesidad, de los que poco o nada sabemos. Y sin embargo es allí donde están nuestras raíces, las nuestras y las de aquellos que nos dieron la vida…

El segundo de los relatos al que me quiero referir es «La dignidad y el fracaso», que comienza con unos versos de una canción de Luis Eduardo Aute que no me resisto a trascribir:

Pero, quiero que me digas amor,
que no todo fue naufragar
por haber creído que amar
era el verbo más bello...
dímelo... me va la vida en ello.

Ahí, y en el texto del relato, se entremezclan la nostalgia por lo perdido —les jours anciens— junto al aprendizaje que cabe sacar del fracaso, en definitiva, una visión positiva de la vida por encima de las frustraciones y los errores que conlleva

© José Vaccaro Ruiz

www.revistanarrativas.com

 

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