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RAJASTÁN 

Tierra de Reyes (y III)


Martes - 12 de octubre de 2004

Jaisalmer es nuestra ultima escala en RajastanA las seis y media de la mañana parte el tren hacia Jaisalmer, nuestra última etapa en Rajastán. Es un viaje largo y aburrido, y, como casi siempre, acumula casi una hora de retraso: los ferrocarriles indios exigen un aporte extra de paciencia. Aún nos queda una semana de viaje, y en el tiempo muerto que proporcionan los traslados me permito ir haciendo ciertas reflexiones, no sé si del todo acertadas, pero que han ido surgiendo a partir de mi propia experiencia de viaje.

Muchas haveles sorprenden tanto por su belleza como por su alturaFrente a lo que muchos otros viajeros señalan repetidamente, la sociedad india (o la sociedad rajastaní, para hablar con más propiedad) me parece una sociedad dura, profundamente injusta, y está marcada por un acentuado individualismo. Las diferencias de casta, si bien no resultan evidentes para el no iniciado en la religión hindú (a mí, por lo menos, me resulta imposible distinguir quién pertenece a tal o cual casta), es algo que de alguna u otra manera se palpa. Los pobres son inmensamente pobres, y viven su pobreza sin el apoyo ni el respaldo de nadie: es como un estigma que han de llevar por sí solos. Ya sé que eso es algo que también se da en nuestras opulentas sociedades occidentales -aunque no se trata de establecer absurdas comparaciones-, pero es un hecho que a mi entender contradice el cliché existente sobre su carácter amable y su generosidad casi innata, y los sitúa, como poco, a un nivel de egoísmo parejo al nuestro. Tampoco he visto en ningún sitio nada que me sugiera ninguna forma de bondadosa espiritualidad; su manera de conducir, más bien vehemente y poco deferente con peatones y otros vehículos, a mi juicio denota una agresividad de carácter mayor de lo que algunos afirman. No hay mucho turista en Jaisalmer a nuestra llegada A todo eso hay que añadir que la presión que en algunos momentos sufren muchos viajeros por parte de vendedores, vividores varios, guías y buscadores de comisiones es intensa, desagradable en ocasiones y molesta casi siempre. Sólo añadiré que en la edición on-line de la famosa guía Rough Guides, en uno de sus párrafos, se señala que la India es "una de las sociedades más materialistas del planeta". Una vez dicho esto, que cada cual saque sus propias conclusiones.

Ya en Jaisalmer, a la puerta de la estación se agolpa un numeroso gentío en espera de captar algún cliente despistado para su hotel correspondiente. A nosotros nos vienen a recoger de la Desert Boy's Guest House, una de cuyas habitaciones hemos reservado desde Jodhpur por internet. Hay poca clientela en esta época del año, así que nos dan a elegir entre varios cuartos; finalmente elegimos uno situado en pleno torreón de la muralla, aunque la ventana da a la parte menos interesante de la ciudad. 

Lo mas llamativo de Jaisalmer son sus viejas havelis de impresionantes fachadasUna vez satisfechas nuestras necesidades alimenticias (la guest house dispone de un restaurante italiano bastante aceptable) nos dirigimos a la estación de tren para adquirir dos billetes a Delhi para el viernes por la noche. Antes de eso, hemos concertado para mañana una excursión de medio día por el desierto del Thar. Después de la decepción que nos llevamos en Johdpur, insistimos en que nos describan con todo lujo de detalles en qué consiste dicha excursión (cuyo precio, 800 rupias por persona, es algo superior a lo que habíamos presupuestado inicialmente): según nos va explicando Chandra, la persona con quien realizaremos el recorrido, tras montar nosotros dos solos en un jeep visitaremos cuatro o cinco localidades de la zona; después continuaremos en camello hasta llegar a unas dunas -que no son ni las de Sam ni las de Khuri- totalmente fuera de las rutas turísticas convencionales; y una vez allí cenaremos y contemplaremos la puesta de sol. Como en teoría nos parece bien, aceptamos sin más reparos.

En la estación hay varias personas haciendo cola aparentemente con la misma intención que nosotros. En principio, no parecen muchas, así que nos ponemos a esperar turno. El personal de la ventanilla es lento, muy lento, pero aún así calculamos que no puede tardar más de media hora en tocarnos. Sin embargo, la mayor parte de la gente no va a comprar sólo un billete, sino varios, lo que ralentiza considerablemente el ritmo. Algunos pretenden además que se les devuelta el importe de un billete que no van a usar, lo que lleva más tiempo del habitual, y otros, ignoro el motivo, perseveran minutos y minutos acodados en la ventanilla como si intentaran llegar a un acuerdo con el empleado. En Jaisalmer es posible pasear con cierta tranquilidad Total, que dos horas después nos llega por fin el turno a nosotros. Por si tanta espera fuera poco, nos advierten de que no quedan billetes en coche-cama hasta Delhi para el viernes por la noche. De momento, nos ofrecen dos asientos en chair seat, y quedamos en reserva por si se produce alguna renuncia para la clase 3A (litera triple con aire acondicionado). Como no tenemos otra elección, nos quedamos con los billetes.

Nuestro primer contacto con Jaisalmer no puede ser más satisfactorio. A diferencia de otras capitales rajastaníes, es posible pasear por sus calles con cierta tranquilidad. Apenas hay motocicletas ni rickshaws, y los vendedores son poco insistentes. Transitando por uno de sus bazares, caigo en la cuenta de que nunca como en este mismo instante había apreciado con tal intensidad el aroma que surge de los puestos ni el olor de los productos y de las especias, un olor agradable, sin adulterar por el penetrante humo negro del queroseno. Igualmente, el sonido puro y limpio de la calle llega con nitidez a mis oídos, voces y ruidos cotidianos sin contaminar por el incesante pitido de los cláxones ni por los horrendos motores de los rickshaws. Es de noche, sólo las luces de los puestos alumbran la calle, e iluminadas por su tenue luz las delicadas fachadas de algunas havelis aparecen más esbozadas aún si cabe, más sutiles. Esto confirma mi idea de que limitar el tráfico de vehículos motorizados por la parte vieja de las ciudades haría más humana la vida y mejoraría sustancialmente el grado de polución que soportan sus habitantes. Pero eso es algo que les corresponde decidir a ellos, y para mí que no están muy por la labor.

 

Miércoles - 13 de octubre de 2004

A los pies del castillo se extienden los mercados y bazares de JaisalmerLa impresión que me llevé ayer de Jaisalmer no estaba del todo descaminada. Se trata de una localidad apacible, llena de atractivas y bien conservadas fachadas tanto dentro del fuerte como en los alrededores. Multitud de balcones de piedra labrada, indescriptibles filigranas decorando fachadas y ventanas, frisos espectaculares y delicadas celosías parecen competir unos con otros para ver cuál es más original y magnífico. La haveli Potwal, por ejemplo, es deslumbrante: su interior se conserva en perfecto estado y su fachada es de una delicadeza exquisita; la estrecha callejuela en que se localiza resulta sin duda la más atractiva de Jaisalmer.

Las mujeres van a los pozos a buscar aguaDentro del fuerte conviven unas cuatro mil personas. Las calles son extremadamente angostas, y por las mañanas los propios vecinos se encargan de su limpieza arrojando cubos de agua sobre las losas de piedra. Las vacas caminan a sus anchas de un lado a otro, y cuando se detienen en medio de una callejuela llegan literalmente a obstruir el paso. Aquí se encuentran unos famosos templos jainíes, cuyos interiores aparecen profusamente decorados con columnas y figuras de piedra de exquisita perfección. En general, la gente es tranquila y los vendedores, pacientes. Muchacha de una de las poblaciones del desierto de JaisailmerHay por aquí también muchos otros templos y palacios, entre los que destaca el palacio del marajá, situado justo al final de la rampa de acceso al castillo. No hay mucho más que hacer, sólo ver y sentir, que no es poco: más de lo que permiten otras ciudades de Rajastán.

Sin embargo, el circuito no acaba aquí. La ciudad que se extiende a los pies de la fortaleza es igual de atractiva, puede que incluso más. Allí se encuentran las havelis más deslumbrantes y las fachadas más preciosistas, y pasear por sus calles es casi tan delicioso como en Bundi. Ha sido todo un acierto finalizar nuestra ruta por Rajastán en esta hermosa localidad. Ni adrede hubiéramos hecho mejor elección.

Por la tarde, a las dos en punto salimos a realizar nuestra esperada excursión por el desierto. Tras montar en el jeep, lentamente vamos dejando atrás la imponente imagen de la fortaleza de Jaisalmer y nos adentramos más y más en una tierra árida y seca que desafía cualquier forma de vida. La vida en las poblaciones del desierto es plácida a la vez que dura Tal como nos había prometido, Chandra va deteniéndose en algunas pequeñas poblaciones, cuyos habitantes nos reciben medio asombrados medio desconfiados, como si fuéramos los primeros extranjeros que ven en mucho tiempo. En algunos sitios nos cruzamos con jóvenes muchachas que se dirigen a buscar agua a los pozos próximos con cántaros sobre la cabeza. En otro pueblo, un grupo de hombres conversa apaciblemente a la sombra de un árbol; nuestra llegada no les intimida lo más mínimo. Suerte que voy bien pertrechado de carretes, me van a hacer falta.

Siempre que llegamos a una población, los niños son los primeros que salen a recibirnos. Vienen corriendo a toda prisa, pero cuando llegan ante nosotros se detienen; son menos decididos que los de las ciudades, y por eso mismo más encantadores. No todos se dejan hacer fotos, pero la mayoría permanece quieta, sin reaccionar, como si no se dieran cuenta de los objetivos que los señalan con indiscreción. Los niños son los primeros que se acercan a nosotrosConforme nos adentramos, las casas parecen ir dispersándose como en racimo. Las familias salen a nuestro encuentro, conversan con nuestro guía y nos invitan a visitar sus hogares. Supongo que les cuesta comprender qué podemos encontrar de atractivo en su forma de vivir, en su pobreza, en sus modestos hogares, en sus niños sucios y andrajosos; puede que les resulte imposible comprender que parte de su atractivo reside en eso precisamente, en su vida minúscula y leve, en su falta de pretensiones, en su modestia, de igual manera que en sus rostros duros, moldeados por el sol y el viento, en sus trajes descoloridos y sus pies descalzos. Y para no ser del todo hipócrita, también en su relativo primitivismo, en su falta de agua corriente, de luz eléctrica, de comodidades, de lujos, de sillones y alfombras turcas: en su miseria, en suma. Es la extraña dualidad que convive en los viajeros, su atracción-repulsión por la miseria.

Para finalizar, damos un pequeño paseo en camello hasta unas dunas cercanas. Efectivamente, como nos habían indicado, apenas hay turistas, sólo una pareja de franceses con quienes realizaremos el trayecto de vuelta y otra pareja más abajo dispuesta a pernoctar aquí. El atardecer, como todos los atardeceres que he vivido en el desierto, es algo decepcionante: ni cielos rojizos ni anaranjados ni nada por el estilo. Eso sí, la tranquilidad que se respira es extraordinaria. Todo un lujo.

 

Jueves - 14 de octubre de 2004

Calle de JaisalmerJaisalmer es la ciudad más espectacular de todas las que hemos visto. Un nuevo recorrido por sus calles confirma todas y cada una de las impresiones extraídas hasta ahora. Sin lugar a dudas, puedo afirmar que la ciudad es bonita y agradable. La exquisitez de las filigranas que decoran paredes y ventanas alcanza niveles extremos. En algunas de ellas el detallismo es intenso, de una belleza deslumbrante.

Hoy nos hemos llegado hasta otras dos famosas havelis que nos quedaban por visitar: la Salim Singh-ki-Haveli (también denominada Mati Mahal) y la Nathmal-ki-Haveli. La primera, que todavía pertenece a una familia, ofrece un recorrido guiado donde uno de los dueños va explicando minuciosamente las características especiales y únicas de la construcción, lo que convierte la visita en toda una introducción a la vida en las ciudades del desierto, cuya existencia ha estado desde siempre marcada por la ausencia de agua y la aridez del terreno. La segunda, cuyo labrado exterior es inmensamente rico en filigranas y dibujos, aloja unas cuantas tiendas, y es visitable sólo hasta el salón principal. Son sólo dos bellos ejemplos de las maravillas que alberga esta magnífica ciudad.

Situado en las afueras se encuentra el Gadi Sagar, un pequeño estanque ubicado en un entorno tranquilo y acogedor. Al atardecer, cuando el calor empieza a aflojar, los indios se acercan hasta aquí para darse un pequeño paseo en las barcas que se alquilan a la entrada. Se accede al estante por la puerta de Tilon-ki-Pol, que según cuenta la leyenda fue mandada construir por una adinerada prostituta con la oposición del marajá de turno. El Gadi Sagar es un pequeño pero acogedor estanque situado a las afueras de Jaisalmer Hay también varios templos y capillas, cuya armoniosa disposición confiere al lugar equilibrio y algo de austeridad. Se trata sin duda alguna de un buen lugar para finalizar el día.

Jaisalmer, junto con Bundi, han supuesto las dos sorpresas más agradables de todo el recorrido. Son ciudades que se dejan querer, que no atosigan ni presionan. Hay mucho menos tráfico, e incluso me atrevería a decir que bastante menos suciedad. La ciudad se está sometiendo a una restauración realmente ejemplar: el asfaltado de las calles es relativamente nuevo, e incluso se han acondicionado unos pequeños canalillos en los laterales por donde discurren las aguas residuales. A pesar de estar en pleno desierto, las mañanas son frescas y agradables, y la vida parece fluir con naturalidad, sin aspavientos, con una cotidianidad que, como no puede ser de otra manera, acaba por trasladarse al visitante.

 

Viernes - 15 de octubre de 2004

Los balcones en Jaisalmer estan decorados con hermosas figuras y filigranasHacemos tiempo hasta el mediodía, cuando tomaremos el tren de regreso a Delhi. Por la mañana, nada más levantarnos, unos cantos sijs traídos por el aire nos han amenizado el desayuno. Sentados en la terraza de la Desert Boy's Guest House, alimentados por una brisa suave y fresca, los cantos religiosos parecían transportarnos a otro mundo, a una realidad espiritual que apenas hemos llegado a sentir a lo largo del viaje. Otra peculiaridad de Jaisalmer son sus sonidos puros, limpios, no contaminados por el ruido de motores y cláxones. Son sensaciones que me ha sido imposible apreciar en otros sitios, y que tampoco advertiré en los días que nos quedan. Y es la constancia de todo eso lo que me hace disfrutar más aún si cabe de instantes como éste.

El tren sale con retraso, y llegará a Delhi una hora más tarde de lo previsto. No ha habido ninguna renuncia en la clase 3A, así que hemos tenido que pasar la noche en una de las butacas de la clase Chair Seat. Junto a nosotros viaja una pareja de españoles cuyo destino final es Varanasi. Su opinión me confirma muchas de mis propias impresiones: "Yo había estado ya en la India hace más de quince años", me dice él, "y apenas si tiene nada que ver el país que me encontré entonces con el de ahora". Y es que la sociedad india, a pesar de conservar estructuras sociales del pasado y una religión antiquísima, en otros aspectos está evolucionando muy rápidamente: su pasión por el dinero, por ejemplo, es uno de los más evidentes.

 

Sábado - 16 de octubre de 2004

Nada más entrar en Delhi, desde la ventanilla del tren observo una multitud de chabolas que se extienden a las afueras de la ciudad, algunas de las cuales llegan hasta las propias vías en un intento por ganar al suelo un metro vital más. A simple vista carecen de agua corriente y probablemente también de luz eléctrica; las paredes se agolpan unas contra otras, en bloques separados por estrechas callejuelas en donde apenas cabe un individuo. Niños medio desnudos pululan por las vías entre toneladas de basura que parece extenderse como el aceite. Algunas casetas tienen añadido sobre el tejado un piso más de altura, adonde se accede por una vieja escalerilla de madera. Vida miserable en un medio miserable, un mundo que el turista nunca percibirá si no es a través de las oscuras ventanillas del tren, bien protegido, a salvo de todas esas miradas sin vida. Es la dura realidad que a veces parece ocultarse bajo la mirada inocente de un niño o tras la sonrisa agradecida de un mendigo: la India de carne y hueso frente a la India de postal, ambas igual de auténticas, pero profundamente contradictorias.

Debido a que mañana salimos hacia Agra y que el lunes, nuestro último día en la India, está cerrado, esta tarde la dedicaremos a visitar el Fuerte Rojo. Antes, nos dirigimos a la estación de tren para comprar dos billetes para mañana. En un principio, teníamos intención de coger el Shatabi Express, un tren diario que parte de Delhi a las 6 de la mañana y que regresa de Agra a las 20:15. Sin embargo, a esas horas está completo. El propio empleado nos informa de que podemos tomar otro tren, el Taj Express, que además sale algo más tarde, a las 7:15, y regresa casi dos horas antes que el Shatabi. El único problema es que parte de la estación de Nizamuddin, la cual se encuentra a unos cuantos kilómetros de nuestro hotel. Pero como no tenemos elección, nos quedamos con los billetes para el Taj. Como consuelo, los horarios se ajustan mejor a nuestras pretensiones: en realidad, lo que queremos fundamentalmente es visitar el Taj Mahal, así que aún dispondremos de más tiempo del estrictamente necesario.

La entrada al Fuerte Rojo está sometida a fuertes medidas de seguridad. Una parte del mismo acoge dependencias militares, pero casi todo lo que hay que ver está al más al este, junto a la muralla opuesta a la Puerta de Lahore. La imagen que ofrece el fuerte desde afuera es impresionante, pero una vez dentro decepciona un poco. Merece destacarse la Sala de las Audiencias Públicas y, sobre todo, la de las Audiencias Privadas, que en sus tiempos de mayor esplendor acogió el Trono del Pavos Reales, por lo que cuentan profusamente adornado con piedras preciosas. Los locales acuden sobre todo a pasar la tarde: se sientan en el césped y algunos aprovechan para sacar la merienda. Hay también grupos organizados, sobre todo de turismo interior, y la gente va y viene con cierta calma. Lo cierto es que aquí se respira una tranquilidad total, es como un paraíso en medio del caos. Algo más tarde, para el anochecer, está programado un espectáculo de luces y sonido. Nosotros, que ya llevamos más de una hora aquí, preferimos irnos.

Regresamos una vez más a las atestadas calle de la vieja Delhi. Casi nos habíamos olvidado de lo que eso significa: tráfico intenso, atascos continuos y ruido insoportable. Llegado un momento, la muchedumbre es tal que nos quedamos atascados en medio de la multitud: los coches no avanzan, los peatones tampoco; detrás de nosotros, las ruedas de algunos rickshaws impacientes tropiezan con nuestra piernas. El sol está poniéndose, así que, una vez zafados de aquella presión insoportable, tomamos un ciclo-richshaw y regresamos al hotel.

A las ocho hemos quedado con unos amigos que llegaron a la India hace tres días y que mañana mismo inician un recorrido por buena parte del Rajastán. Nos vamos a cenar al restaurante del hotel Ajanta (cuya comida, dicho sea de paso, no nos parece nada del otro mundo) y así les hacemos llegar nuestras impresiones del país. Sin embargo, tengo la sensación de que su viaje será muy distinto al nuestro: han alquilado un automóvil con chofer para dieciséis días, e incluso en la misma agencia les han proporcionado ya los billetes de tren para Varanasi y Calcula. Tengo el convencimiento de su recorrido será más tranquilo y apacible, y a la vuelta tal vez conserven una imagen más amable de la India que la mía; pero también creo que, al final, se habrán perdido algo que no por incómodo deja de ser esencial. De cualquier manera, las impresiones de cada uno son intransferibles, y nunca hay dos viajes iguales. A veces la suerte también juega su papel.

 

Domingo - 17 de octubre de 2004

Puerta de entrada al Fuerte de AgraNuestro plan de visita en Agra es sencillo: en primer lugar, queremos llegarnos hasta el fuerte, de cuya imponente visión disfrutamos en el trayecto de Varanasi a Jaipur; después, pretendemos pasar la tarde en el Taj Mahal, para deleitarnos con las diferentes tonalidades que, según nos han dicho, va adquiriendo el inmaculado mármol blanco de sus paredes conforme avanza el día.

Un conductor de rickshaw nos ofrece llevarnos al fuerte por 30 rupias. Como el precio nos parece más que correcto, aceptamos. De camino nos enseña un cuaderno donde algunos turistas han ido dejando sus impresiones tras hacer un circuito de un día con él. Lo cierto es que todas son positivas, lo que nos da cierta confianza. Justo a las puertas del fuerte, el conductor nos ofrece hacer una ruta por Agra incluyendo, además del propio fuerte y el Taj Mahal, la visita al Itimad-ud-Daulah, un hermoso mausoleo al que con propiedad se le ha llamado el "pequeño Taj", y luego ciertas tumbas de mármol que, aunque no identifico muy bien, interpreto como el Mausoleo de Akbar, situado a unos cuantos kilómetros de la ciudad. Nos pide 450 rupias, y aunque no es barato, confiados en los consejos de otros viajeros y en la honestidad del guía, finalmente aceptamos.

Uno de los hermosos palacios que conforman el fuerteEl Fuerte de Agra es mucho más imponente que el de Delhi. En su 70% está destinado a funciones militares, pero el resto se encuentra en perfecto estado de conservación, y sus edificios y salas se exhiben en todo su esplendor. La construcción fue iniciada por orden de Akbar, el más grande emperador mogol de la India, y desde varias de sus torres se puede disfrutar de una hermosa vista del Taj Mahal. Merece la pena tomarse su tiempo para deleitarse con cada una de sus salas, torres y palacios; nosotros estamos sólo una hora, porque aún nos quedan por visitar unos cuantos lugares más.

El mausoleo de Itimad-ud-Daulah, que en principio no entraba en nuestros planes, es deslumbrante desde su primera visión. De simetría perfecta, sus formas delicadas y armoniosas constituyen todo un placer para la vista. El interior, si bien más sobrio que sus paredes exteriores, presenta hermosos dibujos y figuras que enaltecen la tumba central, que da cobijo a un antiguo primer ministro mogol. 

El mausoleo de Itimad-Ud-Daulah es conocido tambien como "Baby Taj"Cuando pensábamos que ahora nos tocaba visitar las referidas tumbas mogoles (que, como he dicho más arriba, yo inocentemente había querido identificar con el mausoleo de Akbar) resulta que nuestro guía-conductor nos lleva, ¡oh sorpresa!, a visitar un taller de alfombras. Nosotros le hemos insistido varias veces en que no deseamos ver tiendas, pero nada, que parece que en este país mi inglés no lo entiende nadie. Por suerte, en ese momento están ocupados con otra visita-timo, así que ni corto ni perezoso el conductor nos lleva unos metros más allá a visitar esta vez un taller de mármol. Definitivamente, la "comisionitis", más que una enfermedad, es toda una epidemia en este país. Hartos ya de que jueguen con nosotros, le decimos a nuestro guía que nos lleve a algún restaurante a comer y que luego queremos ir directamente al Taj Mahal. A pocos metros de allí -estamos en la zona de Taj Ganj, donde abundan restaurantes de todos los precios-, se detiene en uno llamado Maya -atención al nombre: aconsejo evitarlo a toda costa-. El Taj Mahal nunca decepciona Una vez dentro, comprobamos que el precio de los platos que vienen en la carta dobla por lo menos lo que nos habría costado en cualquier otro restaurante. Aún así, como estamos cansados de todo, decidimos quedarnos, aunque elegimos los platos menos caros. Por si fuera poco, al final de la comida el camarero considera que la propina que le he dejado es muy poco para "lo que estila en la India", y me deja la carta abierta sobre la mesa sin dignarse a coger las monedas -como si no fuera suficiente con el elevado precio de cada plato-. Evidentemente, no le dejamos ni una rupia, y sin más tonterías abandonamos el restaurante.

Por fin llegamos al Taj Mahal. Pero para nuestro asombro, a la puerta se aposta una fila interminable de visitantes con la misma intención que nosotros. De cualquier manera, nos acercamos a la taquilla y descubrimos que hay una ventanilla exclusiva para extranjeros. La sorpresa negativa es que dicha entrada nos cuesta 750 rupias mientras que para los locales sólo vale 20. El color del marmol va variando de tono segun la luz del diaDesde luego, con el ejemplo que da el propio Gobierno indio, no me extraña que luego la gente se sienta autorizada a timar a los visitantes. Sin embargo, el "impuesto abusivo" que hemos de pagar tiene su compensación: no tenemos que hacer cola. La misma policía que controla y vigila la entrada nos coloca en los primeros lugares de acceso.

Todo lo que se diga sobre la belleza del Taj es poco. Su figura se alza majestuosa al final del amplio jardín que le precede. El blanco inmaculado de su mármol parece brillar espoleado por la luz serena del atardecer. Su simetría es perfecta, decorado por miles de pequeñas formas hechas de piedras semipreciosas incrustadas en el propio mármol. A pesar de que es domingo y que el lugar está tomado literalmente por miles de visitantes, su extrema sobriedad y su figura sublime apenas se ven empañadas: el Taj domina el espacio como un Dios omnipotente, y no hay nada que le pueda hacer sombra. Nos lo tomamos con tranquilidad, tenemos toda la tarde por delante. Durante tres horas enteras paseamos de un lado a otro, por cada uno de sus cuatro flancos, y nos detenemos bajo sus elevados minaretes, regodeándonos más aún si cabe en los hermosos dibujos que decoran la fachada; luego visitamos la réplicas de las tumbas que permanecen expuestas al público y después nos sentamos tranquilamente a contemplar cómo va adquiriendo un suave matiz dorado, acorde con la tonalidad leve del crepúsculo. Cuando ya la luz casi ha declinado por completo, regresamos a la estación para coger el tren de vuelta a Delhi, maravillados por todo lo que nos ha sido dado a contemplar hoy.

 

Lunes - 18 de octubre de 2004

La Puerta de la IndiaEs nuestro último día, y queremos que sea un día tranquilo, sosegado, sin prisas ni obligaciones de ningún tipo. Ayer, de camino a la estación de Nizamuddin, observamos a lo lejos una figuras deslucidas y minúsculas que se correspondían con la Puerta de la India y el Arco Memoria de la Guerra. Hoy será nuestro primer destino. Una vez allí, nos decidimos a caminar un poco, en espera de que a los pocos pasos surgirá ante nosotros algún esplendoroso edificio o algún espectacular monumento del pasado. Pero Nueva Delhi apenas tiene nada que ofrecer: en su mayor parte consiste en avenidas inmensas surcadas por un tráfico interminable pero carentes del menor signo de vida. Caminamos completamente solos, nadie más pasea: la gente se traslada de un lado a otro, y para eso nada mejor que el transporte rodado. Una vez claro que no hay nada que hacer aquí, tomamos un rickshaw en dirección a Connaught Place, en la confianza de encontrar algo que cuando menos nos distraiga hasta la noche, cuando deberemos coger el avión de vuelta a España.

Connaught Place es el centro comercial y administrativo de Delhi, y el lugar es lo suficientemente bullicioso como para permitir un paseo distraído. Hay multitud de bares y restaurantes, así como de comercios y bancos. En el centro de la plaza se sitúa el mercado subterráneo de Palika. Algo más al sur, bajando por Janpath, fuera ya de los anillos concéntricos de la plaza, se encuentran el mercado Janpath y el Tibetano, aunque en la práctica ambos apenas se diferencian y venden las mismas cosas.

Parque Central, en Connaught PlaceNo hay edificios realmente interesantes, pero abundan las cafeterías donde hacer un pequeño alto (algo que hemos echado realmente de menos en otras ciudades). Otro de los alicientes de la plaza es que dispone de aceras, lo que evita sufrir sobresaltos continuos a causa de los cláxones de rickshaws y motocicletas. Abundan también los establecimientos de telas, que además están totalmente llenos de locales, cosa que no habíamos visto hasta ahora. Eso me lleva a la conclusión de que, si alguien está interesado en adquirir sedas y paños indios, lo mejor es que los adquiera en cualquiera de estos establecimientos; cuando merecen la confianza de los propios indios, por algo será.

De vuelta al hotel, damos un último paseo por Paharganj, donde no habíamos estado desde el primer día. El mercado se encuentra ahora en su momento más álgido. Está anocheciendo, y los puestos iluminan la estrecha callejuela dotándola de vida y encanto. Extrañamente, aquí se está mucho más tranquilo que en otro mercados de Rajastán: hay mucho menos tráfico, y los vendedores no te agobian. También se puede comprar de casi todo lo que hemos visto en otros lugares, y puede que a mejor precio. Parece que en Paharganj los comerciantes conocen mejor su oficio; es agradable incluso detenerse frente a este o aquel puesto con la sola intención de ojear sus productos: nadie te incomoda ni te presiona.

Una de las avenidas circulares que caracterizan Connaught PlaceNos sentamos en el Madan Café a degustar nuestros últimos lassis. Algunos niños de la calle se acercan a pedir. El dueño del bar les saca un plato de arroz con chapati, pero les indica que le se vayan a comérselo fuera de las inmediaciones del café. Se separan unos metros, pero se quedan junto a mí. Los tres muchachos se abalanzan sobre el plato y dan cuenta de él en pocos segundos, como si hiciera días que no hubieran probado bocado. Uno de ellos cojea ostensiblemente, y cuando han terminado, otro de los muchachos se lo echa a la espalda y se van.

Minutos después un anciano se acerca a mí y me pide 10 rupias para comprar chapati. Después de haber visto lo de los niños, yo mismo le acompaño al restaurante. Lo dos nos quedamos en la puerta; yo estoy esperando a que él le pida el pan al camarero, pero el anciano permanece inmóvil con la mirada perdida hacia no sé dónde. Entonces le doy directamente las diez rupias y en ese instante el hombre se lanza casi con desesperación a por su ansiada pieza de chapati. Después sale a la calle y allí mismo lo devora con desesperación.

Son las últimas imágenes que me llevaré de la India: la extrema miseria en que vive una parte importante de la población, una miseria que parece no incomodar a nadie, empezando por los propios indios de clase acomodada y terminando por los intrépidos turistas. No es un país hermoso, magnífico ni subyugador. Ahora comprendo por qué despierta desde el odio más desaforado hasta la fascinación más desmedida. Es tan dispar, tan contradictorio, que en un mismo espacio encuentras de todo, desde lo más terrible a lo más bello.

El autobus es una forma habitual de transporte en DelhiDebo decir que, al final, vuelvo algo decepcionado. No he encontrando en casi ninguna parte esa acogida tan especial, ese cariño piadoso del que muchos hablan, sino más bien indiferencia por casi todo, excepto por el dinero. He visitado lugares extraordinariamente hermosos, pero también he vivido muchas situaciones en las que me he sentido engañado y estafado. No es exotismo lo que emana de sus calles: la suciedad, el mal olor y la miseria se imponen a cualquiera otra característica. Los mercados son pobres y mucho menos vistosos que en otros lugares de Asia. Y sin embargo dejo la India con la sensación de que no he llegado al fondo del todo, de que se me ha escapado cuando la tenía en la punta de los dedos. Puede que el mundo ya no me sorprenda de igual manera que hace algunos años, cuando comencé a viajar a otras latitudes; también me he vuelto mucho menos pasional, y no puedo dejar de ponderar tanto los aspectos positivos como los negativos que voy viendo a cada paso; tal vez Rajastán haya perdido gran parte del encanto de antaño, y ya no quede espacio para la inocencia. De cualquier manera, cada viaje es único e irrepetible, y no se puede extrapolar más allá de los límites en los que se ha desarrollado. El que quiera descubrir qué hay de cierto realmente en el mito viajero de la India, deberá descubrirlo por sí mismo. Esta ha sido simplemente la experiencia de un viajero a principios del siglo XXI.

© Carlos Manzano

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